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Mostrando entradas de enero, 2020
Desde lo alto del universo naves espaciales mandan fotos de la Tierra, el blanco de las nubes, el azul de los océanos, el verde y marrón de los suelos, el rojo del fuego. Y el fuego en Australia, en Australia los canguros y koalas, en Australia la destrucción. De allá lejos nos llega el humo con el viento que toca tierra en la Reserva y también la incinera. El viento llega a mi ventana donde golpea puertas y ventanas chocándome en la cara. ¿Habrá mañana?  En Asia los bombardeos y la guerra; a kilómetros del mejor lugar del planeta un rubio desquiciado manejando el mundo desde Twitter; en los cerros de colores les niñes muriendo de hambre; en la ciudad el sol quemándome la espalda; en el barrio más viento, viento que traerá ¿qué cosa?; en el edificio un chico me sostiene la puerta y no me doy cuenta; en la cocina un olla con agua hirviendo y en una habitación montones de cajas y bolsas que miro petrificada desde la puerta perdiendo noción de la guerra, del viento, del hambre y del fu
Tren Sarmiento, cinco de la tarde de un sábado. Lleno, explotado, no sé cómo voy a bajar cuando llegue mi estación, entre la gente, las bicicletas, los bolsos y los carritos. Estoy en el furgón, un furgón mucho más elitista que los que conocí de chica. Eran amarillo oxidado, con mucha gente, mucho de la esencia del conurbano. Trabajadorxs cansadxs, grandes y jóvenes, ranchadas, alcohol, cumbia, marihuana y vendedores ambulantes. En un mismo vagón cierta mística de barrio y cierto riesgo en ser adolescente mujer.  Pasa un señor predicando la palabra de Dios pero no me ofrece su palabra impresa en volantes, ¿no hay salvación para mi? ¿Será por mujer, por mirar el celular para escribir esto, por el pañuelo verde, o sólo por indiferencia? Quizás me volví difusa e inmaterial y ya nadie me ve.  Hay una pareja sentada en el piso, francamente está despatarrada, abrazades, frente a sus bicicletas colgadas del soporte que se bambolean al ritmo de los 5km por hora que mete nuestro tren del

Las cosas que sé de vos

Hace un calor de morirse, de esos que pones El Muro e Invernalia sobre la avenida y se derriten a velocidad récord y los salvajes se refugian bajo el aire acondicionado y los caminantes blancos se materializan en forma de factura de luz. Y esa necesidad de vacaciones aparece cual pensamiento automático y mandato superyoico a la vez entonces armo viajes, hago planes y me encuentro lejos del cemento horroroso de la ciudad entre árboles florecidos sacando fotos, descalza con maya y shorcito. Se acerca a eso dormir con vos, que es como estar de vacaciones en algún lugar con campos y aire fresco, sobre el pasto mullido y donde el tiempo no pasa y nada apura ni peligra. En algunas mentes será sobre la arena, con el viento en la cara y la cara frente al mar y en otras tal vez se parezca más a los ríos entre montañas, la paleta de colores de los cerros, la nieve respirando allá bien alto y una manta sobre el suelo con una taza de té caliente. Podría también ser en medio de la ciudad, entre