Tren Sarmiento, cinco de la tarde de un sábado. Lleno, explotado, no sé cómo voy a bajar cuando llegue mi estación, entre la gente, las bicicletas, los bolsos y los carritos. Estoy en el furgón, un furgón mucho más elitista que los que conocí de chica. Eran amarillo oxidado, con mucha gente, mucho de la esencia del conurbano. Trabajadorxs cansadxs, grandes y jóvenes, ranchadas, alcohol, cumbia, marihuana y vendedores ambulantes. En un mismo vagón cierta mística de barrio y cierto riesgo en ser adolescente mujer. 
Pasa un señor predicando la palabra de Dios pero no me ofrece su palabra impresa en volantes, ¿no hay salvación para mi? ¿Será por mujer, por mirar el celular para escribir esto, por el pañuelo verde, o sólo por indiferencia? Quizás me volví difusa e inmaterial y ya nadie me ve. 
Hay una pareja sentada en el piso, francamente está despatarrada, abrazades, frente a sus bicicletas colgadas del soporte que se bambolean al ritmo de los 5km por hora que mete nuestro tren del tercer mundo. Quizás son del Oeste y vinieron juntes a pedalear a la histriónica Capital. ¿Habrán ido a la Reserva Natural? ¿Al Planetario? ¿A visitar familia o amigues? Ella está apoyada sobre el pecho de él mientras parece dormir. Él con sus ojos verde oscuro parece colgado y sin intención cruza sus ojos con los míos. ¿Sabrá en lo profundo que estoy escribiendo sobre elles? ¿Se imaginará que la desconocida frente suyo escribe, cada vez más introvertida, sobre los dos? Se ríen por algo, relajados, se ríen con los ojos mientras llega una estación más. 

Las estaciones quedan atrás, el tren circula en loop, las emociones hoy siguen acá. 

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