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Mostrando entradas de diciembre, 2019
Gracias por terminar con el macrismo y por el viaje a Orlando; llevese el resto y por favor no vuelva nunca más.  Vi la foto de aquel pasado agosto, lluvioso, despeinado y con todo embalado. Y la borre porque sólo quedó la lluvia y está diluviando hace días sin lavar nada, gota a gota sobre el suelo mojado del dolor del fracaso. A cuentagotas, cual tortura china, se caen pedacitos de la piel que quedó seca por la sal y adolorida como si tuviera cientos de cortes por todos lados, cortes similares a los que te hace el filo de una hoja... nunca nadie espera lastimarse con una hoja. Solo intenta que no se manche ni se arruge y aún así con algún desafortunado movimiento se lastima y la hoja en blanco mira la piel roja y rasgada y parece un momento de confusión extendido al infinito.  Recuerdo el fin de año pasado y son mil hojas rasgando mi cuerpo, apuntandome con el filo al pecho. 
Caminando casi corriendo hasta llegar a la puerta y que la llave se materialice en las manos y entrar. Dejando un poco de la esencia en esos pasos apresurados, en cada suspiro tenso. Algo también explotó en el edificio, algún departamento vacío, incluso más vacío que este, y la madrugada se hizo larga y de vuelta hubo gritos y corridas, expresiones desencajadas y un poco más de brillo perdido.  La cocina esperando que se la transforme en un hogar, olor a cosas caseras de aquellas que remiten a familia. Pero sólo estaba quieta en la puerta, petrificada y ausente, siendo cada vez más inmaterial. Como limandose del cuerpo los restos que la vida fue dejando de entereza, el día a día se encargaba de dejar el alma en carne viva. Con el tiempo fue vaciando la memoria, esa que permitía a los brazos abrazar y al cuerpo relajar, fue perdiendo energía, ahí aquel cuerpo paralizado en la cocina, que al final de todas las cosas también necesitaba recibir parte de otros brillos y palabras segura
Mentira. Ese horror sí que era inmenso.
Volví a escuchar El Bordo después de mucho tiempo. ¿Será que las tristezas nos devuelven a aquellos lugares donde supimos ser felices? Introvertidos y hacia adentro encontramos ¿qué? Yo encontré canciones viejas y desgarros nuevos. También me encontré escribiendo después de mucho tiempo, antes me salía mejor eso de canalizar el dolor con palabras. Ale dice que paran tres minutos y el día a mi tampoco me avisó del desvelo y los recuerdos, de la angustia y el aturdimiento.  Y no podía respirar, no podía caminar. El suelo era un lugar tan bueno como cualquiera en el infierno que dejó por casa, frente al vacío y la sinrazón. Me obligo a levantarme para ir al trabajo, paso por paso, saliendo de la cama, vistiéndome, las zapatillas, el peine, la hebilla... y se complica más con la comida, un sorbo de té, media galletita de agua. La mochila, la sube, las llaves... y se repite el mismo doloroso ritual cada mañana y el desgano, la apatía, la abulia se me impregnan al cuerpo y sólo voy por