Lo que no me anda sobrando es la fe.
Un día llegué temprano a casa y volqué en el comedor todo lo que me dolía, todo lo que pensaba, lo que me molestaba. Y después sentí en el pecho los cuchillos de la indiferencia, de la culpa misma, hipócrita amiga. Y como si fuera una metáfora di vueltas mis cuatro paredes sacando y poniendo, acomodando, cambiando, porque esa estructura ya no me abrigaba, entonces revolví cajones, cuadernos que hace mucho no veía y leí ciertas cosas de hace muchos años, cosas que podría haber escrito ayer. Y mientras sacaba el polvo a esos recuerdos, había una letra que me resultaba conocida, que llamó mi atención, esa manera especial de escribir. Y rompí en pedazos aquella historia de papel. Y seguí tirando a la basura esos momentos y muchos otros más, unos repetidos dibujos, que hoy entendí porque eran tan frecuentes. Y cuánto dolía saber que no cambió nada, solamente se agudizó y es más cruel. Los problemas, leí una vez, son aquellos que tienen solución. Entonces, qué hago con este bombardeo de preg