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Mostrando entradas de 2016
Que cosa linda los músicos del subte. En la estación que combina la B y la H había un grupito de hombres a guitarra, tambor, violín y algo más. Tocaban una que conocemos todos pero al ser instrumental era misteriosa hasta que te das cuenta cuál es. La gente se prende al aplauso y para algún lugar de Europa. Que gesto simple y maravilloso que te alegra el día y hace menos pesado la ida al trabajo ese cuando un desconocido te presta la SUBE para viajar. Agradeces la bondad. Me llama la atención el viento moviendo la cortina que da al patio y detrás el pasto, las flores, el sol radiante, los árboles y los animales. Un lugar distinto, sin reloj, donde siempre tienen caliente el agua para el mate. Me gusta la gente que comparte, el encuentro con los amigos en una casa, en un recital, festejando. Caricias al pecho la familia presente y feliz, disfrutando de vivir. Motiva el gesto de un docente que después de veintipico de materias te devuelve la inquietud, el interés movilizante por lo
Cuando vivas este infierno pensarás en volver. Ese día te dejo la vida rodar o morir.
Yo no sé en qué escuela se aprende y dónde te dan la matrícula, no sé cómo se hace para ser tan indiferente. Quizás sea algo adquirido, quizás algo innato, pero quisiera compartir un poco de esa sana facilidad para ignorar, consumiéndote, fumando en el patio. Acumulando platos sin lavar, comidas pendientes porque un cuerpo aún te duele, la alarma nunca falla, yo no sé cómo se hace para andar siempre tan tranquilo, tan lejos, tan, siempre tan para adentro. Parece ser que todo eso es similar a no estar. ¿Qué hacés con el dolor? Violento dolor. Pero más violento es mi cabeza contra la pared.

Ciro

Tirando de una esperanza, se está haciendo y parece que va a llover. Y fuiste por dos de cal y una de arena mientras la gente miraba la luna y los hipnotizaba. Compraste varios kilos, por si las dudas, para guardar, quién te dice, quizás más adelante... Caminas varias cuadras, el viento en la cara, las zapatillas gastadas sobre el asfalto, y vos para adentro con los ojos de vidrio. Farmacia mediante, compras un kit de primeros auxilios, unos litros de alcohol y muchas, muchas curitas. Seguís pateando ideas por la vereda, con más furia, con más intensidad, ni siquiera los pibes del delivery de la pizzería te alteran, vas muy concetrada, despacio, lento. En off. En la esquina de Alberdi y Rivadavia, un negocio magicamente abierto pero oculto, casi impercetible. La luna le daba su luz, bondadosa, compartiendo su paz. Dame el proporcional de toda una vida en cemento, le dijiste. El hombre de manos callosas muy amable te alcanzó bolsas y bolsas pesadas, llenas de polvo. Llevalo nena, fi
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“El tipo puede cambiar de todo. De cara, de casa, de familia, de novia,  de religión, de dios. Pero hay una cosa que no puede cambiar Benjamín.  No puede cambiar de pasión.”

Una esquina

Ya no quiero ser un anormaL. Explotó el 126 en la esquina de San Juan y Urquiza. Voló por los aires en pedacitos con el estruendo haciendo eco hasta La Rioja, estrellándose en la boca del subte. Salí caminando, un poco atontada, pero sumamente fastidiosa porque qué engorroso todo esto. ¿Adónde iba? Tenía que llegar ahí a las seis. Mi ropa estaba un poco estropeada, llena de polvo, muchísimo polvo y mientras miraba sorprendida cómo se me había arruinado la campera me agarró del tobillo una mano ensangrentada. Recuerdo que me generó mucho desagrado y la patié (cuanto más lejos mejor) . Busqué mi mochila negra entre los gritos desesperados de los pasajeros casi muertos (ay, por qué no se callarán de una vez) y maldiciendo las sirenas que me hacían acordar a algo... no sabía bien a qué... seguí buscando. Pero no había tiempo, tenía que llegar a las seis. 'Piba, ¿estás bien?' me preguntó el comerciante rubio del negocio de maderas. 'Sí, obvio', le contesté. El iluso p

JJOO

Siento la necesidad de quemar los nudos de la espalda, la espalda que lleva la mochila, de esta mochila donde todos metieron los problemas de sus vidas. Y necesito cambiar la bici para salir a rodar por Bonifacio y no tener miedo de que se salga la cadena en plena bajada  y terminar hecha percha contra el asfalto.  Y vos me decís que me compre el casco, ¡caradura! vos que vas a mil sin darle bola a los semáforos, no entendés que me preocupo por vos que andas en dos ruedas como volando por San Juan.  Será que cuantas más cosas tenes que hacer, más planes alternativos se te ocurren, en principio necesitaría generar endorfinas o algo así como esa calma que dicen que te da la marihuana. Cuando estoy flotando por el mundo en una dimensión atemporal, y aunque no sé si siquiera si es físicamente posible, yo siento que el reloj se clavó, como el país cuando Messi le pifió y Argentina dejó de girar como si hubiera salido del planeta.  Y cuando estoy así quiero salir a pedalear porque c
No voy en trenes, no tengo donde ir. Avasalla un poco la imagen del ideal, quizás hayas nacido para vagar porque quién compraría el combo fallado de la soledad. Y por la ruta 40 haciendo dedo hasta el fin del mundo y desde ahí hasta el sol, no hay nieve ni altura más fría que aquella que te lleva al abismo de la propia existencia, del para qué estamos acá si al final estamos solos y somos algo respirando intentando avanzar. No quería un reemplazo, un transplante familiar, sólo esperaba una condena a aquella indiferencia. Y mucho menos esperaba una adopción que marcaba y resaltaba una falta explícita y cruel, si nunca hubo nadie atrás, ahora ya no quería a nadie más. Tal vez estaba hecho para caminar solo por el mundo, siempre viajando y nunca quedándose. Y he buscado en miles de pozos algo que viva, algo que mate, algo que escuche y algo que mire, algo que escriba, algo que borre .

Isaac Newton

Con el cuerpo sobre la cabeza sentí que la gravedad me mataba, con el cuerpo sobre la cabeza, literalmente, sentí que me moría de miedo y desesperación.  Andá a saber miedo por qué, será que todavía me falta conocer el sur a fondo y el destello del sol sobre la nieve. Será, en realidad, que me dolía cada centímetro del cuerpo y la cabeza no me funcionaba y me iba desesperando cada vez más o será, quizás, que lo más me costaba era pensar que a alguien le partiría el alma y a mi la culpa me pesaría para siempre, hasta que aprendamos un método distinto. O el miedo a la muerte, no la propia, sino a la soledad egoísta por alguien más. Me duele, me quiebra, hasta pensarlo, me consume día y noche. Claro que nadie contesta, que nadie responde, la analista, medio réplica del siglo pasado en Europa me contesta que ajam, y ajam nada porque qué hago con el ajam, con el terror y las preguntas existenciales y comedoras de cabeza como térmitas a la madera, como la humedad que se filtra por cada
Lo quiero mucho a ese muchacho, no me importa lo que digan de él. Lo quiero mucho a ese muchacho, yo lo voy a defender. ♪ ♥

Yira

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Verás que todo es mentira, verás que nada es amor. Que al mundo nada le importa, yira, yira. Aunque te quiebre la vida, aunque te muerda un dolor. No esperes nunca una mano ni una ayuda ni un favor.

Flia

Está medio Londres hoy, está medio gris con la humedad flotando sobre Rivadavia y yo floto en el bondi que me lleva hasta casa, casa sin la cena hecha, sin el calor de la estufa, casa que es mía pero también me recuerda el dominó de transportes que tomaba y lo cansador que era, pero allá había alguien esperándome: y ustedes me esperaban, los tres, con la comida servida, con el '¿cómo te fue?' a flor de piel, con el 'mañana va a ser mejor' siempre dispuesto. Y acá, mientras se empaña el vidrio del ventanal, mientras las flores que me trajeron crecen, yo sé que los extraño algunas veces más que otras, y hoy es una de esas veces, será el otoño abrumador, será el cansancio mental de trabajar y estudiar, será que ya pasaron varios meses y aunque me encanta la autonomía, la distancia a veces también me duele, será que quiero más momentos como aquellos, y aprender otras formas sutiles de decir gracias, de sobrellevar el día a día e intentar no padecerlo. Y pasa todo esto, con

Al margen

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Me duele el frío en la piel cuando me seca la cara y me molesta la garganta. Me duele un poco más el frío de los invisibles, los escondidos en los recovecos de las veredas intentando vencer al viento y al rocío. Y la indiferencia también, la masa ciega y devoradora que te (so)mete en su rueda y te niega la realidad paralela de aquellos que no entran, de aquellos que no tienen un número para acceder: un número de identidad, de banco, de legajo. Sin el número, no existís. Pero más que todo, es la indiferencia por elección esta que nos enceguece a todos, y nosotros gustosos, lo que más miedo da: ¿Cuándo la vida te cruce de vereda y no consumas, no te vendas, no seas una cifra? ¿A quién rezarle, a quién pedirle, a quién rogarle? ¿A quién reclamarle la esperanza perdida, los sueños robados?  Como mínimo incomoda la señora de ochenta y largos inviernos que vende lo que puede en el tren, el loco delirante que se las rebusca zafándose de la institucionalización represora, el nene, la nena,
Quise dormirme en la agonía que me deja la falopa. A veces no tengo ganas, ¿sabés? A veces no puedo, a veces me pesa. No sé exactamente qué, pero me pesa en la espalda, en todo el cuerpo, en lo más hondo del pecho. Me pesa y me ahoga, me tienta a los más poderosos encierros, me anula los anhelos, los sueños y los afectos. Y no puedo luchar, no me sale ganarle al vacío existencial, me descola por disruptivo, por acérrimo infeliz paralizante y me altera los límites mentales, los corre un poco más allá acercándome al autoflagelo, a las miserias más profundas de mi laberinto mental. ¿Cómo hacer? Me quiero borrar. Desaparecer de las escenas, dejar la mochila en la vereda, ahuecarme el alma gris y no decidir nunca más sobre nada. Ni trabajar, ni estudiar, ni ser ningún rol, ni gracia ni perdón, ni odio ni dolor. Y tal es el nudo y la limitación que pierdo el hilo conductor: un ovillo complicado, no sé qué de lo que me pasó ni sé qué quiero que pase; y adónde voy a ir si el dilema lo