Caminando casi corriendo hasta llegar a la puerta y que la llave se materialice en las manos y entrar. Dejando un poco de la esencia en esos pasos apresurados, en cada suspiro tenso. Algo también explotó en el edificio, algún departamento vacío, incluso más vacío que este, y la madrugada se hizo larga y de vuelta hubo gritos y corridas, expresiones desencajadas y un poco más de brillo perdido. 
La cocina esperando que se la transforme en un hogar, olor a cosas caseras de aquellas que remiten a familia. Pero sólo estaba quieta en la puerta, petrificada y ausente, siendo cada vez más inmaterial. Como limandose del cuerpo los restos que la vida fue dejando de entereza, el día a día se encargaba de dejar el alma en carne viva.
Con el tiempo fue vaciando la memoria, esa que permitía a los brazos abrazar y al cuerpo relajar, fue perdiendo energía, ahí aquel cuerpo paralizado en la cocina, que al final de todas las cosas también necesitaba recibir parte de otros brillos y palabras seguras de otras voces para poder continuar e ir a preparar aquella cena que remitiera a familia en un edificio explotado y completamente inundado. 

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