The people are the worst

I don't like the people.

Sábado a la tarde en una clase de inglés de uno de los bares más top del barrio top de la ciudad. La bicicleta en llanta. El bullicio de la gente. In the fucking hell.
No me gusta la gente. No es que algunas contadas personas no me gusten sino que no me gusta la gente en general. Es fastidiosa, arrogante, demandante, ruidosa, sucia, lastimosa, miserable, autorreferencial, indiferente. La señora en su coche que tira el atado de cigarrillos por la ventana de su Audi; el imbécil abogado de turno que no sabe que hasta él está por caer; la superflua comerciante preocupada por pequeña vida que cabe en una burbuja; el niño gritón; la docente arcaica; el vendedor tercera edad desagradable; la adolescente cruel; el pedante investigador treintañero; el encargado chismoso; el psicólogo del siglo pasado. 
He perdido la capacidad de creer en la gente, de siquiera apostarle diez centavos a su miserable existencia, y parece ser que, sencillamente, no me importa. No me interesa demasiado y sencillamente se ha agotado mi capacidad de conmoverme con las injusticias ajenas, con el dolor del semejante, con la tristeza del de al lado. Y se ha extinguido y apagado como el último cigarrillo de una larguísima noche la sensibilidad que guardaba.
Será que mi profesión, y mi vida con ella, no está motivada por el altruista sentimiento de ayudar. No es eso. Es, como una droga inyectable, la adrenalina, y no el diván, lo que me convoca. ¿La gente? La gente, en general, que pase de largo. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

.

Montaña y símbolo fálico.