Me enteré por la noche, esa noche de agua y cielo rosa, de su partida, esas partidas que en el mundo adulto parecen cada vez más habituales. Y recordé que, con bronca, lo veía en la televisión algunas tardes y noches porque en mi casa el dominio del control lo tenía mi papá y a él le gustaba escucharlo. Ese solo fragmento de mi memoria alcanzó para dispararme las grises emociones de la pena. Qué relaciones curiosas tenemos cada uno de nosotros sobre la muerte de aquellos lejanos que de alguna manera han formado parte de nuestras vidas.
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Y escuchando música en inglés de fondo mientras editaba un dialogo escrito es este mismo blog, me di cuenta de porqué me llamaba tanto la atención. Era cierto, ese dialogo podía plasmarse perfectamente en la realidad. Porque aunque en esa historia (Crepúsculo) al final es todo feliz, es tan corto como leer el libro, y en cambio, nuestras vidas no son un libro. No podemos volver atrás y releer con exactitud párrafos de actitudes, respuestas, acciones. Sólo podemos esperar a que nuestra memoria las guarde en sus profundidades con el menor tono de subjetividad posible. Plasmado en nuestras vidas, creo que si dejarte es lo correcto, si eso hace que todo sea más llevadero y con el tiempo la costumbre nos gane a los dos, si decir adiós es lo que hace bien, si preocuparse de ésta forma sólo por tu felicidad, sólo por tu estúpida comodidad e irritantes conceptos de la confianza y la amistad, si terminarlo es lo correcto, yo sé que sí dejaría que suceda. Yo dejaría que la distancia cobre vi
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