La ventana diminuta en la cima de la manzana

 Da a a la oscuridad la ventana diminuta del comedor y sólo relucen faroles amarillentos que sobreviven al viento que parece nunca dar tregua. El salitre se disimula con delicadeza tanto por color como por olor y podría estar en cualquier sitio, en cualquier ciudad ventosa, lejos de todo vínculo cercano, donde el sol abraza y el viento seca las mejillas y la humedad pareciera no existir. El coro de pájaros acompaña cada mañana, bien podrían ser sinsajos sobrevivientes del exterminio petrolero, de la urbanización no planificada y la pobreza acuciante de cada rincón del planeta. 

Designios extraños del oxímoron del libro albedrío la llevaron al sur y quizás con las semanas la combinación de pandemia y soledad le saquen filo a la pluma oxidada y a sus divagues sobre la libertad. Extrañas circunstancias donde valía más no pensar demasiado la llevaron a la cima de la manzana desde donde ver la ciudad por la ventana diminuta del comedor que golpea cada noche producto del viento apurado que no descansa. Frente al difuso reflejo se reconoce a miles de kilómetros, literal y sentimentalmente, de aquellas personas con quien compartió la vida hasta hace pocos días. Las cualidades extrañas de la guerra porteña por un departamento pequeño con vistas al pulmón de cemento y veinte días de playa en un Brasil atestado por el despotismo generaron curiosos efectos dominó. El reflejo le devuelve la profundidad de la nada, del silencio que solo quiebra viento y el frío seco que corroe las mejillas, la nada, los nadies con quienes estuvo charlando por la pantalla del celular pues salud mental esto y salud mental aquello. 

Nadie a mil setecientos kilómetros a la redonda que conociera al menos una parte de sus gustos, de sus sabores preferidos de helado, del miedo a las cucarachas, de la ansiedad, de la piel marcada, de los prejuicios religiosos, del porqué de las fotos en la pared y los tatuajes en el cuerpo. Sólo el reflejo en el vidrio de la ventana diminuta del comedor de un departamento en lo alto de la manzana, al sur veinte provincias y una ciudad autónoma. Lo abrumador de la situación amenazaba con el ataque de pánico como arma característica, la hiperventilación y el terror. Amenazaba aún sin materializarse como no podría ser distinto en la ansiedad y la amenaza y la comorbilidad. ¿De qué se trataba, al final de todos los manuales, la salud mental? Quizás no hubiera forma de respirar la metacognición sobre la metacognición sin rasgos acuciantes de flamante rumiación. 

En la cima de la manzana del departamento al sur con vistas al mar, ¿se respira libertad?
La libertad, tal vez, siempre coqueteó con la soledad.







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