Los límites son sólo invenciones.

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El amor hace girar al mundo. 


Un sueño es una escritura y muchas escrituras no son más que sueños.


Entonces, me desperté en medio de la fría noche y bajé a tomar un vaso de agua. Los escalones no hicieron ruido alguno, la frialdad del piso penetró por los poros de mis pies hasta lo más profundo de mi nuca. El agua en mi boca, los ojos con lagañas… subí y me acosté nuevamente. De repente, caí en la cuenta del sueño. No recuerdo el contexto, ni el lugar y mucho menos el momento. Sólo recuerdo tus ojos en su cuerpo. Fue de lo más alarmante. Me desveló (sólo unos minutos), y esos minutos estuve completamente anonadada. Algo en mi inconciente no estaba funcionando bien… evidentemente. Pero eran las cuatro y media de la madrugada y no era oportuno empezar un juicio de valores a esa hora. Me dormí, por fin, pensando en los noventa minutos de sueño glorioso que todavía me quedaban. 
La alarma resonó hasta lo más recóndito de mis tímpanos. Pero decidí pasarla por alto. Al ratito, subió mi mamá a despertarme y prendió la luz y (gracias a Dios) el turbo para calentar la habitación. Estaba fastidiosa, molesta. Cada uno tiene sus días ¿no? Me cambié, me abrigué hasta parecer un oso (el frío no había sido una ilusión mía) y bajé a desayunar.
Té con leche, tostadas, queso, miel. La calle, la temperatura de 7º y el colectivo. Todo en treinta minutos. Yo sólo necesitaba pensar, aclarar mis dudas, unos momentos de serenidad y claridad para plantear las preguntas sobre mi abstracto mapa mental. 
Al final, me senté en el duro asiento del colectivo, y acurrucada como estaba, me adentré vía auriculares en la música de Los Caballeros de la Quema... “y hoy me quedo mudo para oír lo que nunca te supe decir”. Opiniones a criterio de mi inconciente.  
No había niebla, el cielo se mantenía nublado, completamente gris y mi cabeza era un lío gigante.
Sé que era un ambiente conocido, aunque no sé si eso es del todo bueno... Y ese era su cuerpo, pero esos eran tus ojos. Hasta esa era tú mirada, más cálida, más tierna, más feliz, libre de cadenas, de vicios, de ataduras, libre de desconfianza. Palpitó a toda velocidad mi corazón en ese sueño con tus ojos más que en toda una vida con los suyos. Pude sentir algo de tranquilidad aunque también algo de angustia, aunque mucho más pura: yo lograba entender esa angustia. Había luchado meses enteros contra ese sentimiento, y hoy de nuevo se revolvían viejas sensaciones. ¿Cómo había hecho aquella vez para evitar que se expanda mi diafragma embargado de emoción?   
Y el viaje terminaba. Tenía que bajar del colectivo, dejar la comodidad relativa del asiento y caminar.

No cabe duda, hay mañanas productivas, y mañanas totalmente malgastadas. Esta forma parte de las segundas. No fue para nada útil, por lo menos académicamente hablando. Es más, mira cuántas paradojas, que, mirando la película de una pacifista, cuando termina, dos personas deciden que la mejor solución para ponerse de acuerdo es a los golpes...  
Pero mi duda voladora recorrió cada milímetro de mi cerebro, pasando por todas las neuronas, haciendo vibrar cada nervio hasta sentir los arranques más intensos. Sin embargo, al final, me calmé. La incógnita no desapareció, nunca lo hace, pero supe aplicar el método para dejarla a un lado, porque mantenerla presente no servía de nada. Así, continué con mis cosas, con mis responsabilidades momentáneas, más allá de que las encontrara absolutamente irrelevantes.  
Allí, donde me sentía feliz, me desayunaron con café amargo, tan cargado como para dejarme pensando (en una cosa más) todo el resto del día. El hombre ha sido creado para encajar, es como un rompecabezas, sólo debe encontrar el resto de las piezas de su juego. ¿Qué estaba pasando con las tuyas? Si es una pintura hermosa, de pinceladas finas y colores nobles, ¿por qué sos una pieza que hoy está tan perdida? Yo quiero acompañarte mientras cruzás el desierto.  
¿Dónde vas a dormir esta noche? Qué fue lo que pasó que hay espasmos de bronca en tus ojos, cicatrices de dolor en tu piel, temblores interrumpidos en tu voz. Sí, gracias por confiar en mí, es cierto, ya sé que es lo que pasó. La gota de desconfianza rebalsó el vaso de los reproches y uno a uno, los supuestos errores hicieron opacar el brillo de tu cara. Y de nuevo discutieron, y de nuevo el enojo los acompañó cuando se iban por caminos separados, pero yo veo en tus rasgos, que aunque no demuestres concientemente nada, hay una cruda angustia que te carcome el pecho. Pero tu cara no lo demuestra, yo no le pongo precio ni carátulas a nada, yo sólo conozco el valor de los abrazos. Y con eso te pago. Gracia por todo, siempre tan pendiente, ojalá hoy duermas tranquilo. En el más amplio sentido. Entendí, hoy en algún momento, que era capaz de hacer mil cosas y mil más para devolverte lo que me habías brindado, ya que hay una gratitud indestructible en cada recoveco de mi alma que tiene tatuado tu nombre y te recuerda con cada sonrisa. 

El sol ya se ocultó y debe estar observando la vuelta de la Tierra para amanecer al otro hemisferio, y el frío sigue congelando hasta la médula y ojalá mañana llueva. Eso y mucho más. Pero el día llega a su fin, y hay cosas en mi cabeza que no descansan, son tus ojos en otro cuerpo y es tu pieza perdida en este juego. La noche vuelve a estar gris, y el frío congela mis huesos otra vez. El reloj me manda a dormir, es un mandato irrevocable al que mi mente cansada y mi cuerpo helado no pretenden desobedecer. Esta noche voy a soñar de nuevo. ¿O en realidad es que estoy despertando?


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