Al final, en la balanza sólo pesan tus plumas.
Gracias, gracias, gracias por todo.
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. Un día un pajarito con las alas
sangrantes y sin poder volar, salió por la city a intentar estar mejor. Probó
cada fórmula propuesta pero las alas no sanaban y el pajarito se moría. Hizo
cursos, hizo terapia, aprendió a caer desde los pisos más altos, y recuperarse
y seguir practicando. Una tarde, una tarde como cualquier otra, ¡pudo descubrir
el problema! Ahora había que resolverlo... ¿Cómo un insignificante pajarito
podría lidiar solito contra semejante inconveniente? El tiempo pasó, las hojas se
oscurecieron hasta tocar el suelo y los días eran muy cortos, y el frío no era
sólo climático, y el tiempo pasaba y el pajarito se moría...
Amagó varias veces, pero todavía la
respuesta era efímera... y de una vez, una noche lo entendió: ¡se tenía que
coser! Ay pajarito, había que coser cada herida de las alas para que pudiera
volar… Y esa, como tantas otras veces, pensó “¿será mejor el remedio que la
enfermedad?” ¡Que angustia tenía! Ahora debía conseguir un costurero que
supiera coser alas. Todos sabemos que en el mundo no hay muchos costureros o
modistas que sepan coser alas de carne y hueso...Pero si quería vivir, tenía
que encontrarlo. Buscó, buscó, revolvió cielo y tierra en busca del costurero
¡Ahora que sabía la solución, cómo el resto iba a ser tan difícil! Que iluso
pajarito... En este planeta hay agujas de todo grosor... era necesario que
tenga sumo cuidado, porque tanto como una aguja lo podía curar, otra podía
matarlo en sólo un santiamén. Estaba tan débil... No había lugar para
recaídas...
El reloj fue avanzando pero las
inundaciones eran las mismas, las tormentas eran peores y el trabajo escaseaba.
La solución se iba escapando de sus manos como arena y sólo unos granitos daban
un haz de esperanza. Entonces, fue el momento de experimentar la frustración.
Quizás, sabía qué tenía que buscar pero no poder encontrarlo le sacaba las
insuficientes fuerzas que le quedaban. Y el pajarito se moría... De pronto, un
día, todo se derrumbó. La energía se acabó, y esa cruel esperanza y esa ilusa
idea de salvación dejaron lugar al vacío más hondo y más profundo. El gusto de
la vida se iba volviendo insulso pero el esfuerzo era enorme, hasta ya no poder
más. Antes había sentido dolor, angustia. Ahora, el vacío era dueño y señor de
su cuerpo, emperador de su corazón y rey de su mente: no se esforzaba, no
sufría, no se alegraba, no soñaba, no sentía absolutamente nada. Y el vacío
dejó paso a la resignación... Y así, las hojas volvieron a los árboles de
vuelta verdes y el sol brillaba, pero el pajarito estaba muerto en vida. Si no
podía volar, ¿qué sentido tenía todo lo demás? Las temperaturas subían, las
lluvias eran más escasas, la humedad era normal... el tiempo pasaba sin
importar.
Pero todo esfuerzo tiene su cuota de
recompensa y una tarde como la de hoy, la atención de un águila lo hizo
despertar. Volvió a percibir las risas, los llantos, los colores, las sombras,
el día, la noche, las voces. El águila no cosió sus alas, pero le dio plumas
para extenderlas. Plumas más grandes, más fuertes para volar más alto y ver más
allá. Sus alas aprendieron a coser sus heridas y las guardaron en lo más
profundo. Sólo necesitaba un poco de cariño, y el águila se lo brindó. Las
nuevas plumas ayudaron al pajarito a encontrar la forma de planear sobre la
city, y de vez en cuando, el águila escucha sus problemas y lo ayuda a salir
adelante. El vacío fue ocupado por aprecio y agradecimiento. Las heridas siguen
allí, no para recordar el dolor, sino para agradecerle al cielo que por
resultarle tan difícil la tarea de volar, al fin, conoció mucho más que un
costurero o modista, conoció un águila que pudo fijarse cómo estaba y ayudarlo
de la manera más simple. Y eso importó más que nada.
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(Feliz cumpleaños).
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