No quiero ser tu cábala.



La verdeamarela quedó affoira de la World Cup. Y tu cara igual de alegre que la naranja mecánica. Cosas que pasan. Y tu cara mañana, espero que también festeje, con todo el fin del mundo.




Típico, típico. Dolores de cabeza asquerosamente típicos. Cansancio, falta de sueño, nada raro. Pero a pesar de eso quise salir a buscar un poco de paz para alejar de mi mente todas las incógnitas... y también las respuestas.
Me cambié, me abrigué poco y nada, recogí esas pocas ropas que catalogan de equipaje y me adentré en la húmeda y misteriosa niebla.
Soy esto que ves, no puedo ser mejor. No intentes cambiar esos rasgos distintivos que casualmente no tolerás. Yo no puedo dar más que esto. Y nadie, absolutamente nadie lo lamenta más que yo. Quisiera poder ser aquel que soñás, pero ¿qué te atrajo de mí? Será el descontrol... serán nuestras noches de locura o será que te encanta enfermarte de amor...
Caminando por la calle, paseando, fumando, caminando, tambaleando. El Universo se puso de acuerdo para no encontrar obstáculos en mi camino. Me perdí lejos de casa, lejos, muy lejos. Y más lejos tuyo. Kilómetros largísimos de deseo nos separan. Pero vos estás allá, rodeada de amigos y alcohol, y yo estoy acá, perdido, vagando, intentando encontrar la ruta a Ciudad… Ya sé, me dirías, me reprocharías que no te avisé que salía a caminar… aunque nada tiene sentido si los dos sabemos que yo no te voy a llamar... hay una pasión mucho más latente en mis venas hoy... Estoy intentando encontrar dinero para el viaje, tengo que llegar…
 Y la Buenos Aires descansa en su madrugada helada, y sé que vos aprovechas la soledad para disfrutar de otros cuerpos, de otras emociones, que después llorás porque no aguantás, y te odias a vos misma, y me pedís perdón, y lloras con lágrimas inmensas que yo siempre creo... siempre se me parte el corazón de verte así... pero ahora algo más me conmueve y no rompe... Allá a lo lejos, millas y millas nos dividen, acá el día quiere empezar (¡y yo tengo que llegar!) y allá la noche sólo aprende a caminar. Los fríos son común denominador, pero yo tengo un fuego adentro, en cambio vos tenés un vacío carnal que te degrada. 
 Me cruzo con desconocidos mientras espero el tren que me tiene que alcanzar, espero sea este porque no tengo más dinero y no tengo más ganas de esperar. Este idioma me está dejando de la nuca, estás costumbres no combinan, yo no nací para emigrar.
Canta La Franela a mi oído “y llega el tren”; me subo observador, tengo precauciones, ya sufrí otras decepciones que prefiero no repetir. El vagón es de madera como los antiguos, pero no como allá, ¡acá está limpio! Tiene unos colores muy llamativos en las paredes, tiene los asientos mullidos y hace “quetrenquetren” como en Buenos Aires.
Me siento del lado de la venta, de frente al Norte, y me resigno a aguantar. El paisaje es hermoso, a través de una ventana transparente se puede apreciar el campo, el desierto diría Sarmiento, la nada misma. Bellísimo. A lo lejos creo distinguir campos sembrados de algo autóctono, algunos molinos y un viejo tambo que deslumbra con el sol. El césped verde opaco, propio de la época invernal, le añade un toque arcaico a la visión, como si nada pudiese ser completamente hermoso y armonioso.
Se sienta a mi lado una mujer rubia, pálida, pálida como nuca vi, salvo en películas europeas. Debe medir cerca del metro ochenta, viste unos jeans impecables y una camisita transparente que deja entrever su escote. ¡Nunca entenderé a las mujeres!: lleva, además, un tapado de corderito que hace brotar la envidia de mí pulóver ovillado. Me mira, me observa detenidamente... y se cambia al asiento paralelo de la ventana del otro lado. Aunque el desprecio casi tangible de sus facciones, era innecesario. Le tomé bronca, rencor. Y encima, el tren que iba tan lento… ¡tenía que llegar pronto!
 Vos seguís allá, en tu libertinaje a sangre fría, sin siquiera recordar eso que te pedí antes de partir… que recapacites y me entiendas. Pero la conversación de la noche pasada dejó tu postura más que clara. Te encariñas con pectorales desconocidos que te abrazan hasta que te cuesta respirar, te animás a más, cruzas los límites de tu dignidad y te dejás. Estás atascada en una actitud adolescente de descontrol, de capricho y error. Yo no cumplo papel de padre, yo no puedo salvarte, yo no puedo repararte si vos no querés.
Entonces, sigo mi camino, impaciente sobre las vías, son las diez y media, hora de acá, y faltan unos kilómetros por transitar... Encima, en estas cosas son tan puntuales... El reloj juega el partido más vil. Yo sabía que tendría que haber salido ayer.
Se ve que dormí despierto bastante tiempo, porque el Sol ya me da de frente, el paisaje es diferente: los campos son distintos, más nos alejamos, más se empaña el vidrio, más viento hay, será la humedad del mar... Ahora sólo veo bosque, árboles para donde mire, y un cielo intermitente entre gris y celeste. Apoyo la cabeza sobre el vidrio y que el tiempo fluya...
Árboles... Pinos... Vegetación... Aquello parece un pueblo... ¡Por Dios, eso es un edificio! Nunca el alivio fue tan fuerte como cuando vi la estación de tren. Me levanté, apresurado como nunca y con el corazón enorme, los nervios a flor de piel y una emoción embriagadora.  
Bajé, entregué el boleto y vi a la chica rubia y pálida subir a un auto y alejarse a toda velocidad.
Creo que mis piernas nunca recorrieron tanto en tan poco tiempo. Llegué... y me paralicé. Era precioso. El contexto, el ámbito, era perfecto, era una fiesta argentina en el fin del mundo negro. Otra vez a correr, escaleras, escaleras, miles de escalones eternos. Mantengo firme mi postura de la implementación de ascensores para casos de emergencia. La música me puso la piel de gallina. Todavía me faltaban dos pisos por subir. Me embargaba una emoción y un orgullo único en mi vida. Y la música se apagó y las voces hicieron temblar a todo el continente. Una milésima de segundo de silencio, y al siguiente fue como si todos los suspiros contenidos del mundo se exhalaran. Me faltaban dos escalones y un pasillo. Pude escuchar a la gente gritar desquiciada, vi los colores deslumbrantes como nunca, y sentí… sentí mil cosas diferentes. Entonces, cuando ya casi estaba llegando, me quedé duro. La chica rubia y pálida me estaba mirando mientras me acercaba, con su conocida cara de asco  mezclada con desprecio y vanidad. Se creía mejor, se creía una raza superior. Pero qué me importa a mí, lo que una rubia pálida piense, yo tenía todas mis emociones a flor de piel. Entonces, me di cuenta que no importaba tu ausencia, no importa eso que ya no existía, porque la mía había sido la decisión correcta. Parte de mi pasión estaba en este lugar, y si vos no lo podías entender, no podías comprender mi felicidad, no había nada que nos uniera... Fue como si al mundo le quitarán el volumen. Me paralicé delante de la chica rubia y pálida que ahora se había sacado el tapado y mostraba una camiseta blanca... La miré, ahora yo con desprecio y grité junto a todo un mundo, de manera desgarradora, dejando mis miedos, mis planteos y mi dolor en una sola palabra: ¡GOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOL! Y volví a gritar, volví a reír, y las preocupaciones desaparecieron. La chica rubia pálida me volvió a mirar y yo grité como loco otra vez. La historia recién empezaba. Y nosotros la estábamos ganando. 






                                 



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