Una cena fría

Un dia la tensión llegó al límite y todo explotó. Cada partícula cercana al centro estuvo afectada por aquella tensión que un día, después de meses contenida me dejó rodeada e innerte como si hubiera detonado en mí una bomba nuclear, un Hiroshima emocional. No existían aún palabras que pudieran dar cuenta del cómo, del por qué. No había significantes para expresar semejante horror, semejante destrucción, y el mundo se preguntaría por qué, por qué otra vez. Y tal vez yo también. Pero en realidad, sabía que había perdido la ilusión, la esperanza de que esto alguna vez tuviera final. No tenía forma de enfrentarme al horror de sentir el tiempo detenerse, del automatismo para marcar y el asomobro de, en ese instante, no sentir y no pensar sino solamente reaccionar. Y de aquellas experencias no quedarían recuerdos sino momentos inexplicables donde eran revividos los más profundos sentimientos.
Y me ahogaría cada vez más hondo en mi, alejándome de la amenaza, cada vez más lejos huyendo de algo con lo que yo no supe vivir. El dolor, la culpa, la muerte y el superyo tomarían el control. Perdí la ilusión de poder aquella última vez, y así en un limbo sin gritos ni horror, iría borrando cada vestigio de lo que fuimos, eliminando el pasado pero también el futuro pura y exclusivamente por dolor. Quizás alguien diría que también es amor.

No hay salida de este macabro cuadrangular. Estoy sola, desapareciendo, sin saber adónde ir; ni la noche ni el día aliviaron jamás esta impotencia, está violenta existencia que va creciendo en mi.

Y si este final alternativo ni aquel otro de intentar, de dominar el miedo e intentar disfrutar me parecían uno poderosamente terrible y el otro extremadamente dificil, ¿qué hacer? ¿adónde ir? Aunque ella me acompañe, este mar sin calma vive y crece dentro de mí.
Tal vez sólo pueda aferrarme a vivir recuerdos felices tan intensos como los terribles.

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