Que se curtan

Que bien estoy, quién me lo diría.

Cada día que sale el sol salgo a verte.

Saqué un pasaje de avión a algún lugar alejado de la ciudad, de la gente, del subterráneo, del tráfico y de los fantasmas. Me detuve un minuto a pensar qué haría con el dinero, con los pacientes, con las plantas y con los afectos y al instante siguiente me di cuenta que esta vez no me importaba, que ellos y todo el resto quedarían para otro momento.

Quiero largarlo todo y viajar, recorrer cada pueblito al borde de la ruta en otoño con los hojas secas y en primavera con los pies en el río. Pasar mucho frío con la nieve alrededor, sentir el calor del sol, sentir miedo, sentir amor, llorar, gritar, reír, saltar, correr, cantar. Lo que te retiene no te quiere, entonces vola, viaja.

El mundo no deja de girar, el tiempo no para nunca de avanzar, ¿qué esperas?

Algo hay en la lejanía que me hace vibrar y me atrae como un imán, una distancia al otro disruptivo que se viene encima, un límite a la demanda desmedida e infinita que arrasa tanto palabras como silencios.

Y el mundo que espere, que se curta, que no me importa, que yo no soy siempre agradable, amable, compasiva y empática. Que se curta con la muerte alrededor, con la pérdida y la noche, que pele un poco sus dedos, se canse la espalda y gane un poco de respeto. Que vaya y le toque timbre a los deseos, a la valentía frente al miedo y al horror, que emerge de lo más cercano, en cualquier momento.

A pesar del mundo oscuro de la vida, un poco los amigos, un poco la familia, la libertad, la independencia y las cuatro paredes sobre el empedrado son una especie de refugio luminoso donde potencio los sueños más felices. Disfruto de cosas sencillas como una serie y un helado, como un libro y el café cortado. La música que me gusta, la banda que amo.

A aquel conjuto de odios, broncas y resentimientos los transforma la montaña en un sentimiento más benévolo.

Pero mientras tanto, hasta que este avión aterrice, que se curtan, todos ellos.