Una brújula apuntando al sur


Los bosques color ocre, la nieve en la cima, el pasto verde brillante, los ríos y lagunas, el puerto, los cerros, el hostel, las veredas incomprensibles, el frío, el chocolate. Recorrer parte del sur y empezar a subir desde el fin del mundo porque desde allí todo queda hacia el norte. La ruta 40 tiene tramos de estepa color oro, donde vagan animales de los campos de las estancias. Rompe imponentemente la "llanura" a lo lejos el Fitz Roy cuando se deja ver entre nubes y reflejos del sol. 
Viajar es ser consciente del aire que se respira, porque es tan fresco y tan suave que penetra en el cuerpo limpiando el humo de la ciudad. Si nadie se baña dos veces en el mismo río, quizás nadie vea dos veces el mismo cielo y el cielo del sur, entre lagos y altas cumbres, es más intenso, más brillante, e invita a mirarlo y escuchar cómo rompe el agua del Canal contra la costanera. Si de noche observa bien, entre las montañas en medio del lago se refleja la luna llena y pareciera estar más cerca y más luminosa que nunca. Combina con los cruceros que descansan antes de partir a la Antártida que son así, bien imponentes, contienen toda una ciudad con habitaciones, restaurantes, salones de bailes y más, que van naufragando el mar. 
La larga caminata en lo que parece ser el bosque prohibido de Hogwarts, con pajaritos de colores, zorros y hongos, y así, bien tupido, color naranja atardecer, lleva a un claro donde realmente hay un sauce boxeador. Si no se tiene cuidado y gira muy rápido 360º para apreciar las montañas, es posible saberse pequeño, diminuto, entre tanta inmensidad. Incluso es probable marearse un poco, sentir que falta el aire. Dice la fauna del lugar que se debe a lo avasallante de la naturaleza. En esos casos se recomienda sentarse, tomar agua y simplemente observar. 
El sendero de la bahía, por otro lado, acerca a pingüinos y otras aves marinas que resultan ser bien simpáticas. También, cosa curiosa, maravilla a los extranjeros sorprendidos encontrarse con un local. Local a tres mil kilómetros, pero local al fin. Norteamericanos de California y Seattle (como Greys Anatomy!), ingleses con tonada como Emma Watson, especímenes de Nueva Zelanda que afirman hablar inglés pero a los que no se les entiende absolutamente nada, turcos morochos color café, franceses que dominan varios idiomas, indios, israelíes, japoneses, peruanos, un uruguayo divino, un psicólogo argentino un poco antipático. Y dos porteños y una cordobesa en ese mar de diversidad. 

Si usted se considera sujeto con suerte puede hacer la navegación al mal llamado faro del fin del mundo (aparentemente Verne se equivocó y se refería a otro faro) y en medio de Canal del Beaggle, cruzarse con ballenas. Así, como si nada, tímidas ellas, quizás no tienen real consciencia de su tamaño, van cruzando hacia el mar. Deslumbran con su armonía, su manera liviana de moverse entre el agua que las baña. Imposible no quedar absorto en su ritmo. 



Es posible encontrar gente brillante y compartir el almuerzo al sol, a orillas de una laguna esmeralda, apreciando el silencio y riendo, charlando, comiendo. Y volver a creer en la humanidad. Si viajar ya es maravilloso, imaginese lo que es viajar solo y coincidir con gente genial. Como profesional de la salud, se lo recomiendo ampliamente. 


Conocido mundialmente por romper de noche cuando no hay nadie, porque él es así, tan pudoroso como blanco, el Glaciar Perito Moreno. Avisan los nativos: Si escuchó el ruido, es porque ya rompió. Y efectivamente. Es necesario hacer uso de toda su atención para encontrar en qué lugar de toda esa ciudad blanca del tamaño de la Capital rompió un fragmente de glaciar. Sin embargo, lo más tremendo de la experiencia es el ruido. Imaginese allí, en el balcón de la pasarela, reconfortándose al sol, mirando el estado sólido del H2O, esperando a sacar alguna foto y de repente, sin aviso, lo sorprende un trueno que retumba entre montañas y pareciera rajar la tierra. Y eso significa que el glaciar rompió. Es una experiencia mágica, de otro mundo. 


La naturaleza se impone fuertemente como así también la introspección, un poco de angustia existencial y mucha, mucha calma y paz mental. De eso trata, de respirar y apreciar. Es que, sencillamente, yo creo que vivir es viajar. 

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