En la ruta al mar no hay fin ♪


Dos pescadores del amor se encontraron en la alta mar de esta gran ciudad. Se dispusieron a hablar, y entre pasajes y peatones de barcos perdidos se conocieron. Bajo las estrellas de todo naufrago, dialogaron y sonrieron, ajenos al resto de la tripulación. Invisibles al Sol, la Luna los acompañó a disfrutar de esa locura real. Se contaron sus caminos, sus islas perdidas en el tiempo, sus recuerdos de piratas, sus sueños y añoranzas. De ladrones de corazones y de bellas hechiceras, de canoas hundidas, y balsas gigantes, de sueños y decepciones, de peces y tiburones. Salieron una mañana neblinosa en el puerto del lugar, a buscar otro mar, otra vida que jugar. Una historia más que armar, lejos del caos y la mediocridad. Lejos, allá lejos. A pesar de la adversidad se fueron juntos dispuestos a hacer volar un barco de mar. Conocieron a las sirenas hermosas y ambles de las más recónditas zonas. Edificaron un sueño con la fortaleza de Hércules, en un arrecife del Índico. Fugitivos del consumo y el egoísmo, echaron suerte dos pescadores... Le rogaron al viento que nada los detenga, le pidieron a Poseidón que los ayude a sortear la tempestad. Siempre viajando, sufriendo y disfrutando. Los enanitos de Blancanieves les construyeron una casa de caramelo, y el dios del Fuego prendió en ellos una llama eterna y verdadera. Abrazados a las estrellas, al brillo de la fantasía y amantes de la Luna, toda la magia era palpable en sus pieles de seda. En medio de la lluvia, feroces leones que valientes eran fuertes sin importar qué había que enfrentar. Juntos en el oleaje, el tiempo se hizo eco de su risa y pasó muy lentamente. Lloraron y rieron, sedientos de amor. Enérgicos siempre, calmos y en paz, con el corazón y la mente desgarrada para dos. Creyentes de la propia voluntad, hicieron cuánto quisieron en medio de alta mar. De nuestro mar. Y un buen día la Señora Muerte pasó a visitar. Y uno de los pescadores quedó inmerso en su soledad. Ciego de la belleza individual, encadenado al pasado se decidió a no aflojar. Agónicos los últimos tiempos, hasta que le tocó su tic tac. Y los dos pescadores se volvieron a encontrar. Se supieron esperar, se pudieron reencontrar, en el Inframundo vagan los dos, atados al amor. Y sin una gota de mentira, lejos del apuro y el dolor, de la avaricia y el rencor; sonríen los dos juntos en su balsa de calor.

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