Voy a llevarte en mí -



 




Isaac Asimov dijo: “En la vida, a diferencia de en el ajedrez, el juego sigue luego del jaque mate”.




En la cajonera de mamá siempre ha habido secretos. Una vez, jugando a “La búsqueda del tesoro” encontré un cuaderno viejo y desgastado con las hojas chamuscadas y amarillentas. Había un cuento escrito con letra desprolija... Cerré la puerta del dormitorio y me recosté cómodamente en la cama para leer...




  «Martes 20 de abril, 2010.



La vida es como un juego didáctico, que siempre te dará la posibilidad de aprender, vivenciar y asombrarte. Una mano detrás de otra, una jugada que continúa, una partida que termina y otra que empieza. Entre anchos de espada y reinas de damas, entre cuadrados de tableros y naipes iguales, recomienza una historia con las secuelas del partido anterior. Como si fuese un listado de puntos que se inicia cuando se toma conciencia de la propia existencia, uno a uno cada partido de enlaza sutilmente con el primero.
   Estoy segura que, de no haber perdido el último juego no podría valorar tanto y en tal magnitud el actual. Me convenzo día a día que, si no hubiera sufrido, si no hubiera sentido la más profunda decepción y si no hubiera sentido el más punzante dolor, esta nueva partida no significaría tanto. Mantengo, en esta situación, la hipótesis del contraste que ya tantos otros han sabido plantear: después de tanta oscuridad, un atisbo de luz parece un sol gigante, puro y hermosamente brillante. No me arrepiento de cada lágrima derramada, no me pesa cada decepción soportada, no me aflige cada angustia sentida, no me desasosiega cada pena aguantada. Creo firmemente, que, si no hubiera sentido todas las angustiantes, punzantes, hondas, y sofocantes emociones que sentí; el bienestar, la armonía, la alegría y la más alta sensación de paz interior no serían tan notorias y relajantes como lo son hoy. En el fondo, me indemniza un poco el desprecio pasado, porque ahora puedo apreciar verdaderamente las buenas cartas y regocijarme plenamente al jugar de a dos, con las mismas reglas, con los mismos códigos, con ciertas enriquecedoras diferencias, con los más comunes acuerdos, con aquellos mas distanciados desacuerdos, con las mismas cartas, aunque tal vez, con naipes distintos, pero con juegos parecidos.
   Me alegro de tener la capacidad de valorarte tanto, de apreciarte a tal punto y de estar feliz con las pequeñas cosas que me brinda el tiempo compartido.
  Fuiste, en su momento con sorpresa, y ahora con gratificación la carta que le faltaba a mi partido. Fuiste muchísimo más que una simple persona que se cruzó en mi vida: me diste consuelo cuando nadie me lo ofrecía, te preocupaste por mí sin tener la menor obligación, aunque no lo creas me ayudaste a seguir, y aunque no lo sepas me diste fuerzas y ganas para jugar.”»

   Cuando terminé de leer me quedé pensando un rato en la historia de mamá. ¿Por qué ya no querría jugar? Si es tan divertido... Justo cuando me disponía a guardar y acomodar todo como si yo nunca hubiese estado en su cuarto, ella entró. Pensé que me reprendería por hurgar en sus cosas pero no, simplemente me preguntó qué estaba leyendo. Le conté de su historia y de mis preguntas. Ella agarró su cuaderno viejo con mucha suavidad y leyó para sí lo que había escrito algunos años atrás. Cuando finalizó, tenía una sonrisa en la cara, de esas que sólo se ven muy de vez en cuando, esas muy puras, muy inocentes. Me explicó lo siguiente:

 “Escribí este texto cuando era adolescente. Dicen que es una edad llena de aventuras y descubrimientos distintos para cada uno. Yo descubrí el poder del asombro y del contraste. Me asombré tanto al ver que podía volver a creer después de tanta melancolía junta y constatar que después de una enorme tormenta muy duradera y muy tenaz, como dicen por ahí, el sol siempre brilla mucho más. Creí en aquel ser humano como nunca antes había creído, quise de una manera muy especial y valoré, aprecié y admiré tanto a aquella persona como no lo había hecho con nadie. Me enseñó, sin quererlo, que como él, yo también era una buena persona y merecía que me traten como tal, me explicó que no siempre los años son buenos, como no siempre las temporadas son satisfactorias, pero que de una forma u otra, siempre se puede estar peor. Encontré en esa persona la integridad más honesta, no esa utópica y efímera que desaparece de acuerdo a las circunstancias, sino esa latente, presente que vale la pena con todas sus aptitudes y cada uno de sus defectos. Nunca tuvo, creo yo, total conciencia de lo importante que fue para mí, y de lo feliz que me hizo (y hace). Me dio motivos para continuar con mi vida, me brindó los elementos que necesitaba para creer en alguien, en alguien en este mundo consumista, materialista y avaro... No se puede vivir sin creer en algo o en alguien. Yo creí (y creo) en la música (en la música de ellos) pero eran un poco lejanos... en cambio esta persona estaba a mí alcance... podría decir que era real. Y supo hacerme feliz con poco. Sólo con reír.”

Mamá terminó de hablar con la misma serenidad con la que había empezado. No tenía lágrimas en los ojos, ni ningún atisbo de nostalgia, no había expresión de añoranza en su cara, solamente paz y serenidad.
Salí de la habitación dejándola con sus escritos y pensando si yo conocía a esa persona que le había hecho tan bien... Alejé mis preocupaciones de mi mente, puesto que yo no necesitaba conocerla, aunque tal vez... Sacudí mi cabeza para ahuyentar esas ideas y me fui corriendo al patio para jugar...








.

Comentarios

Entradas populares de este blog

.

Montaña y símbolo fálico.