San Miguel y Garganta.

Una mañana me estrellé con el mañana.


Entendí que El Bordo puede conseguir todo de mí. Desde llantos, alegrías, enojos, me produce todas las emociones y me rescata de todos los desastres. Al final, es verdad que sólo esto queda, porque no hay nada más real en mi vida. Al final, conocí tanta gente que nunca hubiese pensando que podría despejarme así, sacarme de mis ensimismamientos y lograr que pueda disfrutar de algo tan especial. Al final, lo que hace grande a la banda son mis amigos, que le dan magia a todo esto. Y a pesar de todo valió la pena apostar a que una vez más podrían hacerme tan feliz, dejarme tanta paz y sonreír y que todo esté bien. Momentáneamente por lo menos. Nunca aliviana el nudo en la garganta, las puntadas como de punzón entre aurículas y ventrículos nunca sanan del todo, y el espejo nunca se pone en mi lugar, porque nadie puede hacerlo, porque nadie lo vivió, porque nadie puede dejar su ego lo suficientemente fuera como para intentar entender qué pasa. No es tan sencillo y mucho menos fácil. Literalmente cerrar los ojos y que desaparezca todo el mundo. Pero me había olvidado que quedaban momentos como estos, que todavía valen la pena, que merecen un mínimo de respeto entre toda la malaria que anduvo dando vueltas. Y después de todo siento que nunca voy a ser una prioridad, ni siquiera por un rato. Quizás pueda ser yo algún día la que cambié y entienda, porque de verdad pareciera que al revés no va a ser nunca. Debería haberme quedado durmiendo y callarme la boca, porque nunca estoy en condiciones de enfrentarme cara a cara con la susceptibilidad cuando tengo el orgullo en menos diez. Guadalupe sólo sueña pero no aprende más, quizás tenga deseos egoístas... Pasaron tantas cosas y nunca aprendió a distinguir ciertas cosas... Ay, Guada, nunca va a importar tanto. 

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