Ramas

Si prestas atención, al atardecer cuando éste lado del mundo comienza a bajar la marcha, podes escuchar muchos sonidos: los pájaros que discuten entre ellos qué cenar o adónde ir a pasear, el grillo que canta todo el día, el viento mismo entre las hojas de los montones de árboles que hay acá, el gallo cada tanto que llama a quién sabe quién para preguntarle por qué él no puede volar, la lancha de pasajeros que surca el río y el oleaje que acompaña y también esta tarde más temprano las gotas de la lluvia de verano cayendo suave sobre el barro.

Suelo pensar, quizás a veces un poco de más, cuando estoy sola y el tiempo parece inmenso, suelo pensar que cómo y por qué soy un poco como soy.
Que le tengo miedo a las cucarachas voladoras y a las no voladoras también.
Que prefiero el té o el café al mate, y el mate dulce al amargo.
Que quisiera viajar más que trabajar,  leer más que estudiar, recorrer tantos lugares del mundo como soy capaz de nombrar,  ¡y más!
Que me gusta mucho más la montaña que la playa, el río que el mar, alguna ciudad lo suficientemente ciudad pero sin llegar a ser New York y también el campo y el pasto, como esos pueblos por donde pasaron los prófugos donde el tiempo a veces parece detenerse.
Que cuando tengo algo en la cabeza me resulta muy difícil ponerlo en pausa, que muchas veces creo que necesito más que terapia, un pensadero.
Que sueño a la noche inquieta e intranquila y me despierto esperando que no sea cierto aquello que sueño.
Que me angustian las mismas dos o tres cosas de siempre y me hacen feliz otras, otras alegres y poderosas: la familia, los amigos, la música y los libros, la profesión, la pasión y el amor.
Que mi vieja, mi viejo y la perra son todo a lo que debo el mundo entero, por el esfuerzo, por el amor, por tanto.
Que quiero una cama de dos plazas para, cuando me despierto antes que vos, leer un libro y cada tanto, después de algunos párrafos mirarte dormir. Que dormir con vos es, además de buscarte y despertarme, uno de mis momentos preferidos del día. El otro, acá de éste lado del río, es cuando atardece y hay tantos verdes como plantas en la tierra.
Que ni después de pensar un rato todo el día, ni después de esta tarde relajante pude sacarme de la cabeza la pregunta de cómo explicarte cuán grande es el gracias por bancarme tanto en tan poco tiempo.
Y que qué hago con las preguntas, las representaciones, las ideas, porque pensadero yo no tengo.
Que me cuelgo a la noche mirando los tantos edificios de Capital y cada tanto alguien se asoma por la ventana a tomar aire o a fumar, a colgar la ropa o a regar las plantas y que extraño como al lado mío y también arriba mío hay vidas paralelas que quizás nos crucemos alguna vez en un almacen, en una parada de colectivo o en un parque y nunca más. Cuántas vidas hay en el mundo y cuántas variables caben en esta ciudad.
Que me gusta acostarme en el pasto y mirar las hojas de los árboles, impunes sobre mi y cómo el viento las mueve, ellas también se mueven cuando la Tierra gira en traslación y rotación.
Me gusta acostarme en el suelo con una frazada y los ojos bien abiertos para mirar el cielo, que es el mismo cielo que en tu casa o en la mía, pero acá parece un mapa de aquellos que cuando unías los puntos había un dibujo nuevo. Quizás alguien en algún otro lado del mundo este mirando la misma estrella que yo hoy.
Y ya no sé qué hacer con tantos sueños, con tanto miedo, que es un compartimiento cerebral que no quiero abrir. En la caja de Pandora dejaron dentro la esperanza.
Y con las preguntas y las palabras, siempre me voy por las ramas... en realidad cuando empecé sólo estaba pensando en cómo decirte gracias.



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