Habemus Idiota, con ustedes la Papa Guadi.

Guada y su carita de pelotuda se fueron a pasear, la carita la miró fijo y le dijo: "¡Ni se te ocurra ponerte a escribir!"

Guada y su carita de pelotuda deberían cerrar la boca, atar los dedos y tomarse un blister de valiums.

Pero como la soga no alcanza, el valium no lo tengo, y soy una máquina impulsiva, es inevitable.
Por lo tanto, Guada y su carita de pelotuda se pusieron a escribir, a favor de todo pronóstico. Pero la bronquecita (neologismo, diminutivo de 'bronca') ardiente en mi cuerpito (de talle 38, ejem) me impide pensar dos frases seguidas que calmen el despreciable monólogo que tengo para gritarle. Me resulta imposible discutir sin el as bajo la manga, bah, más que bajo la manga, patente en la frente, enorme; de la ironía y del sarcasmo. Porque en definitiva quizás sea una cobarde más, incapaz de serenarme, incapaz de conversar(te), mortalmente rencorosa e incapaz de creer y perdonar. Yo creo que no soy así, pero bueno, en fin, pareciera...
Siento la falta ajena, pero que no le late como propia, siento que DEBERÍA sentir esa falta, esa culpa, y todo junto justifican mi decepción, mi desilusión, y cada palito suelto que cae cual meteorito en Rusia. Siento la enorme decepción en este cuerpito talla 38 (y la ironía, máscara de la inseguridad, palpable en cada texto), la enorme desilusión solidificada en casa célula que vive, en cada poro que respira. Siento la enorme bronca, ya sin ironías, la enorme bronca de sentirme una Pelotuda con cada letra del abecedario, de seguir esperando (¿qué?) ese estúpido 'Te extraño' como si fuera el segundo mes, la angustia interna de querer mandar todo a la mierda (laboralmente hablando) y la presión permanente de saber que no se puede. Veo cada palabra, cada gesto indiferente perforando mi capa de ozono, que está bastante hecha de mierda, por no decir que sufre de rayos ultravioletas asesinos hace unos cuantos años. 
Siento la soledad de no tener a nadie en quien creer. A veces muchos creen en abuelos, en hermanos, en primos, no sé, en alguna especie de 'ser' grandioso que los amó (obviando mamá y papá, of curse) y les brindó esa protección, esa escapada necesaria cuando la fuerza se agota y desciende a los infiernos de la indiferencia, cuando las pulsiones quedan en stand by, suspendidas en el tiempo hasta que una novedad venga a sacarlas del letargo, del estanque de desgano en el que están flotando. Siento el abandono en cada micromilímetro (¿existirá esa medida?) de mi cuerpo, en cada parte viva, y muerta también, de eso que llaman esencia, esa sensación de vacío de haber TENIDO  que vivir algo y que por arte de alguna causalidad mediocre fue borrado de la cantidad de cosas que se supone tiene uno que pasar en esta vida. Y sobreviví. Así que me fastidia al punto del mal humor la queja infundada, la queja de quien tuvo pocos palos en tu ruedita de triciclo y todavía usa las ruedita de apoyo. Pero dice ser un atleta olímpico. ¡Es increíble!
Sé que, probablemente, el problema lo tenga yo, que escupo esta alergia a la gente con cada mirada y con cada palabra, pero supongo que también, además de ser un problema mío y sólo mío, sea algo natural. Vivir pensando que este mundo no es lo suficientemente bueno porque su gente no es lo suficientemente buena. Creer que todo mi ser que la paz no está en esta ciudad, le pese a quien le pese (a mí, más que a nadie). Que está lejos, en algún campo, en algún pueblo, con gente sencilla (que no es lo mismo que simple), pero no en ésta ciudad. 
También sé que no es el único, que soy cuanto menos, bastante delirante, bastante descansera, culpable del pecado de la abundancia sarcástica, culpable, angustiosamente culpable de no saber perdonar, de (casi) no volver a creer, de intentar dejar de intentar; de ser la ansiedad personificada. Y problemáticamente discutida en cada aspecto de la vida, problemáticamente impulsiva, y problemáticamente tendenciosa a huír bajo la protección de la almohada, refugiándome de mí.

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