"Bien, ¿vos?" "Bien" ...


    “Ojalá que no llueva”. Eso pensó mientras esperaba el colectivo y observaba el cielo encapotado. Había una cola enorme, y toda la gente miraba impaciente la esquina, deseando que aparezca el tan impuntual 326. El calor estaba dando tregua, pero los mosquitos típicos de la ciudad parecían fortalecerse a medida que avanzaba la tarde. Estaba cansado, y escuchaba música por el mp3. Tenía una lista de prioridades a la hora de salir de casa: podía estar sin celular, sin plata, sin llaves. No sin música.
     Miró hacia atrás, y en la fila que continuaba unos metros, identificó a un conocido... y giró sobre si mismo, dándole la espalda. Se puso a reflexionar... ¿Acaso debía sentirse mal educado o descortés por no saludarlo? Ciertos mandatos sociales no iban con sus formas de actuar. “¿De que demonios podríamos hablar?”, pensó. Yo, que lo observaba disimuladamente, estuve en perfecto acuerdo con él. No tiene sentido forzar una charla, que, de todas maneras, nunca es profunda. Parecía encontrarse en perfecta armonía con el mundo, solo, pero tan rodeado de gente. Él, su música (vaya uno a saber de qué tipo... personalmente, espero que haya sido rock), su cuerpo, y su mente. No es que yo pueda leer pensamientos, ni nada de esas artes, simplemente, mirándolo con atención, pude darme cuenta de su escasa voluntad para entablar diálogo con el sujeto. Se apoyó contra una columna, esperando, como el resto, que llegué el colectivo. La tarde se camuflaba y se vestía de noche. Los conocidos seguían evitándose. Las señoras resoplaban, los señores miraban sus relojes, los niños chillaban. Su irritación iba en aumento. Quería darse una buena ducha y dormir. Esos eran sus buenos planes para la noche. Perfectos.
     Al fin, después de unos minutos más, el maldito 326 hizo su aparición en escena. Una vez dentro del vehículo, medio apretado y bastante incómodo, resultó mucho más fácil evitar en contacto con el conocido. El colectivo dobló, y él se acercó a la puerta. Tocó timbre y a los pocos segundos bajó. Desde la ventana, yo lo miraba, pero él siguió con el juego de no verme. Es increíble la información que le dan a uno el juego de reflejos sobre los vidrios de las tiendas.    

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