Tu rutina de sonreír -



  Se levanta a las seis en punto. Mira a su costado y ve a su mujer durmiendo. Consigue voluntad y sale de la cama. Va a la cocina, saca la leche de la heladera. Va al baño, se cepilla los dientes, se mira al espejo y se lava la cara. Vuelve a la cocina, agarra el chocolate y vierte dos cucharadas cargadas en la taza. Vuelca la leche, toma de la alacena unas galletitas dulces y se dirige a la mesa. Se sienta, prende la tele y deja el noticiero matutino. Temperatura, humedad, transporte. Nada más interesante. Termina su chocolate, lava la taza con total calma. Metódico como es, una vez que está en el seca platos sin riesgo de caída, se encamina al baño para darse su refrescante ducha. Siente el agua mojarle el cabello, rozarle los músculos, enfriarle la piel. El calor lo abandona, mientras piensa en el día que recién comienza. Mira por la ventanita del baño, el sol ya está presente en el cielo desde hace unas horas, las chicharras se hacen eco en la mañana y pronostican un horno para la ciudad... Se seca, se peina, se “encrema” la cara, se viste. Agarra su mochila, previamente preparada, saluda con un beso a su mujer, todavía en la cama, y se aventura a la mañana en la calle. Mientras camina unas cuadras hasta la estación de tren, va cavilando; con música en los oídos, proveniente del celular; los planes de la tarde. Toma el tren hasta Ituzaingó, un tanto apretado, el servicio nunca es del todo bueno en esta línea. Vendedores ambulantes, señores de traje con cara de viajar a Capital, jóvenes que estudian, jóvenes que trabajan. Niños que piden monedas a cambio de estampitas, sucesos típicos de las mañanas en el tren. Llega a destino y con algunos roces logra bajar. Pasa por los molinetes y sale a las escaleras del túnel. Como un juego de plaza, sube y baja, baja y sube. Dos cuadras más, y la mañana formal tiene que empezar. Otra vez las escaleras, una vez arriba un amigo más que saluda. Intercambio de palabras, evaluación del fin de semana, del partido, de la película, del libro. A trabajar, pero antes pasa por el vestuario, se cambia la remera, se pone el “uniforme” y el reloj empieza a jugar.  
  No tiene la vida de un empresario, no tiene la cuenta bancaria de un futbolista, ni las fans de un actor. Con su trabajo, con su mujer, con sus amigos y sus proyectos. No es una vida simple. Es una vida sencilla. Y que bueno que sea así. Es sumamente tranquilizante ver a alguien sonreír en esta inmensa jauría de aves de rapiña.  


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