Duque de la pureza.


Totalmente desconocidos en profundidad, en medio del descontrol de su habitación se puso a pensar. Entre papeles, fibras de colores, películas, ropa, frazadas, libros, pastillas. En medio de todo el desorden no encontró palabras para definir el aprecio. Una relación cordial, sin ningún tipo de deseo pasional escondido. Era sólo cariño, aprecio, valoración, respeto, apego. No había en su ser rasgo alguno de amor carnal. No importa qué creyesen los dioses del olimpo, no importa que creyese el resto de la plebe. En realidad no tenía sentido ardiente el trato. Era morboso pensarlo. Repulsivo. Importaba, en medio del desastre adolescente de su habitación, cómo lo había hecho sentir. Acompañado, escuchado, por alguien que no debía hacerlo, y sin embargo, a pesar de no tener el deber de ser amable y comprensivo con él, lo era. Lo hacía sentir importante. Desde el punto de vista del cual, todo ser humano necesita ser catalogado de importante, valorado, en algún momento.
 Después de tanto desprecio, de tanta indeferencia recibida, era una medicina eficaz una poco de amabilidad sin ningún precio ni consecuencia. Parecido a una terapia reconstructiva, era una receta que su ser pedía a gritos y al final conseguía sin temor al acostumbramiento.
 La diferencia de sexo no hablaba por sí misma. Estaba ausente el deseo, y todo lo relacionado con lo corporal. ¿Es que no había una sola cabeza dispuesta a comprender un mero cariño, sin más pretensiones? ¿Qué tan cuadrada podía ser la mente humana, para llamar desorden a la variedad de artilugios dispuestos en un escritorio, y denominar deseo a un simple trato amable? ¿Qué chata podría ser la comprensión, que sólo veía las cosas en la dimensión más común y vulgar de la sociedad?
 Eran personas que mantenían un trato diario. Él era escuchado, casi contenido, comprendido. Sin compromisos, con mera sinceridad. Asuntos algo triviales, sin mucha profundidad, y otros pocos un tanto más serios. ¿Es que esta humanidad pervertida no podía imagina sólo eso?
 Cosas de la ciencia, cosas de la psicología, del psicoanálisis, de la Guestalt, y de la costumbre humana. No importaba qué dijera la sociedad, ni qué pensara el resto de la compañía. Le hacía feliz pensar en su futuro diálogo. Como dos amigos emocionados por su creciente relación. Sin morbosidad.
 Le queda a su conciencia apaciguar las opiniones de los otros, y a su corazón sentir la paz que brindaba esa simple relación.

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