Lunes, otra vez

En otra época de la vida, en un tiempo recordado, elaborado y sobrevivido, hubiese estado triste y nerviosa por situaciones fuera de mi alcance, imposibles para mi, ansiosa y dramática por quitar el velo al discurso entumecido con habladurías. 
Pero no, no hoy.
En paralelo, los astros juegan sus cartas y me gritan: "Guadalupe, mirá, sonreí, disfrutá: tus amigos te abrazan con palabras." Y yo, sumisa, desde arriba, me veo: Escribiendo, riendo, leyendo, aprendiendo, poniendo verbos al mañana. Y ellos me acompañan, y brindo por esto. 
Si la angustia implica reconocer, una vez más, que la soledad quizás sea una falacia criminal de un Yo empobrecido y que hay gente que te puede acompañar, yo creo que vale la pena, el llanto y la naciente compensación el vivirlo y emerger. 


Comprendo, aunque indignada, que la claridad no es común en un mundo que nació ¿del big bang? ¿de siete días de creación?, donde la mujer ¿sale de una costilla? ¿está determinada por genes? De incógnitas desde el inicio, que utopía la mía soñar con seres humanos claros y más aún, si acepto que el inconsciente de unos cuantos está también, menos trabajado. 
Cierta desazón, quizás, un sabor insípido me provocan las palabras sin sentido cuando considero que el lenguaje hace al ser humano, cómo, me pregunto, puedo crecer en sustantivos aleatorios, adjetivos sin sabor, verbos de inacción. Incapaz de aguantar la discrepancia, huyo o enfrento según quiera, según pueda, la violenta indiferencia de un capricho cobarde e infantil que evita confrontar. Canallada sin remedio, del que no viene de frente, impotentes sus genitales incapaz de dialogar; procure alejarse de este cuerpo que no subasta su respeto. 
A la desidia y a su cómplice silencio; "¡Que los condenen", gritaba el pueblo. "¡A la cámara de gas por cagones!", exclamó un exaltado espectador, renovando la utilidad de la siniestra invención de un bigote homicida. "Pelotón, fusilamiento, inyección", apoyó la moción alguien más medido. Y tomó la voz otro con razón: "Es un horror, en esta época de nuestras vidas, tolerar el menosprecio insano de los violentos adoradores del engaño. Nos negamos, incansables, a aceptar sumisos sus dardos envenenados." "¡Que lo maten!", "¡Que lo maten!", gritaba el pueblo, extasiado. Y el juez, incorruptible -lastimosamente incorruptible-, se declaró: "La muerte sólo será Yoica. Jamás avalaremos la violencia contra la violencia. Quítenlo, destiérrenlo, cúlpenlo, asesínenlo. Mentalmente, háganlo. Y vencerán, indemnes, frente a tal desidia adolescente."
Y así fue.


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