Es caminar.


Iba caminando por la noche con su desgano sobre la espalda, con su cuerpo diciendo basta. Recorría las oscuras calles de la ciudad con aire perdido y sin camino. Dejaba vagar sus pensamientos a dimensiones intangibles, otorgaba la libertad a su modo de sentir. Sin límites de moral escarbaba en su corazón, sin que su mente disimule ninguna sensación. Observaba la peligrosidad de las siniestras calles, cada paso que daba era la gloria de la suerte encima de su cabeza. Caía la crueldad, se dibujaban los contornos del miedo, de ámbitos no éticos, de mujeres, de niños, de desconocidos. Entre ellos sentía la inmensa alegría de no ser conocido, de poder ser libre. Sin escrúpulos, con su pureza a flor de piel. La rareza de la situación, con las estrellas todas en el cielo, pero como apagadas, con las luces de los faroles, reflejándose amarillentas sobre la vereda, con sus vidrios empañados dejando lugar a neblina que escondía sus misterios entre nubes de cigarros y el lejano ruido de los autos. Caminaba solo y en paz sin motivo alguno, sin motivo necesario. Totalmente apático, completamente negligente a su propia seguridad, caminaba sin más, sólo por el deseo de alejarse. Aún así, no veía nada más cercano que un destino errante sin rumbo y cambiante. Las personas encapuchadas que creía ficticias bordeaban los cordones despintados de la acera, lo miraban con curiosidad pero gracias a alguna suerte nadie se le acercaba a preguntar. Quién era él, que hacía por esos pagos tan poco recomendados. Cada uno de los seres que circulaban abrían al máximo el abanico imaginativo de cualquier artista. En la gama de colores más oscura y más prohibida, sus pies se movían sin cautela por el mundo de la noche. Las piernas le pesaban y el torso se le doblaba, su cuerpo le rogaba frenar pero no quería dejar de experimentar esa sensación de libertad. Las horas corrían con sus pasos, el mundo seguía su rumbo, pero en su interior el tiempo no existía. No necesitaba del tiempo, porque por ahora no había proyectos. El cielo se había tragado con su anochecer todos sus deseos. Una y otra vez. Cada día, ayer, hoy, mañana, pasado y el siguiente. En su maltratado corazón guardaba vagas ilusiones, infundadas esperanzas, sin mérito de la razón, sólo a la espera de algo mejor. Había archivado recuerdos de otros tiempos, fotos y cuentos, anécdotas e ideas. Momentos más felices, situaciones menos tristes. A pesar de toda la carga que soportaba su espalda, eso escapaba a algo traumático. No tuvo nada traumático en su pasado, por lo menos lo que el mundo entiende por eso, una muerte, una separación, un accidente. Se tocaban los extremos de la felicidad y la desdicha, la profundidad de su pensar, contra todo pronóstico material. La estúpida sociedad codiciante no comprendía otros valores y aplacaba, aplastaba y machaba su corazón entre desastres de dolor, de angustia, y descontrol. Se perdía entre las calles, sin importar a dónde iba, y mucho menos de dónde venía. Sus expresiones tenían total indulgencia en ese mundo desconocido, no eran abordadas a preguntas cuyas respuestas no eran escuchadas. Cruzaba miradas con los transeúntes, entre distintas edades estaba la cruda realidad de un mundo sin posibilidades, sin ideales, sin algo por que luchar. Entre tanto rebaño inconciente, él era capaz de pasar desapercibido y pensar. Pensar diferente, y era todo un arte la sutileza de su ironía para con los demás. Insultaba la mediocridad, la falta de honestidad y la poca solidaridad con la que se movían en su mundo matutino. Le agradaba poder salir de ello de vez en cuando, a ningún lugar sólo por querer “pasear”. De incógnito se disfrazaba, y a lo lejos viajaba. Sin aventuras de adrenalina, de acción y osadía. Transcurría el tiempo y seguía dando vueltas, observado a los pasajeros de ese tren nuevo. En medio de los brillos del cielo mojaba sus mejillas y empañaba sus labios con aliento irregular, con lágrimas de sal. Iba y venía, daba una gran vuelta en círculo y regresaba al lugar de partida. Habiendo imaginado, habiendo soñando con los ojos como platos, se escurría entre los primeros atisbos de sol, hasta llegar a su hogar, acelerando el paso. Guardaba en su corazón las historias de una noche para durante el día hacerlas ficción.

Comentarios

  1. Uno se acostumbra a guardar en el bobo, los retacitos de las victorias y derrotas que supo una vez enarbolar.

    Saluditos.

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