Y yo que sé, toma mil ochocientos.

Esta manía ciclotimicamente masoquista de arriesgarse a una respuesta esperada pero inquerida (neologismo por favor). Esta manía masoquista de no poder dormir, de no mantener un horario fijo, de volar, divagar y dar mil vueltas en la cama. Esta manía neurótica de volver y revolver, de pensar y repensar, creer y más que nada descreer. Y esta manía bipolar cada cinco minutos, mi mecanismo homeostático debería contar con una balanza cual señorita vendada de la Justicia, que se mantiene equilibrada no importa qué pase. Una de esas quiero.

Y por lo menos, guardo en un cajón fotos viejas de pasados preconscientes de algún tiempo menos pensado que requería menos pasos desde casa a la felicidad. Momentos inmejorables que no equivalían a ningún precio, eran puro valor y nunca pusimos un peso.

Momentos. Y hoy, no, no es uno de estos, porque cada momento más es una manía más desarrollada ya que la consciencia masoca permanece en mí cual sptreptococos antes de la operación.

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