LunaNueva.

-¡Ay! Mi rodilla –se quejó mientras se sentaba en la silla. Recién llegaba a su casa después de un buen día. Hacía tiempo que no tenía un buen día. Que lindo que se sentía. Mientras prendía la computadora, intentaba aliviar el punzante dolor de su pierna derecha. Al fin, logró controlarlo y se sentó cómodamente en la silla de madera frente al monitor. Después de dar el último examen del año, el día había continuado climáticamente horrible, pero eso no impidió que ella y sus amigas hayan ido al cine. Una película fantástica, paralelos de dos mundos, amistad, amor, ausencia, presencia, locura, cordura, muerte, sueños, pesadillas... Sueños y pesadillas. Esa era la escena que había esperado. Se sentía completamente identificada con la protagonista. El dolor del pecho. Agudo y profundo. El vacío, constante. Su ausencia, inmensa y eterna. Las noches, largas, de lágrimas de sal... Era exactamente lo que había vivido. Los ojos sucumbieron, las mejillas se le mojaron, sintió el sabor salado en los labios... Hasta que terminó. La escena cambió, la película siguió su trama. Cerca de dos horas estuvo sentada en la fila del fondo, en el medio, entre sus dos amigas. Después de un tiempo, la sala pereció en aplausos, y salieron. Sonreía. Había estado meses intentando sonreír.

-Que no se cuelgue…- dijo con tono suplicante a nadie en particular, esperando que su cpu no se tilde entre en MSN, la música, y las páginas abiertas del Explorer. Estaba recordando el viaje de vuelta... La fila, esperando el colectivo, para poder viajar sentadas, ya que tenía los pies hinchadísimos y las piernas cansadísimas. Alguien, en silencio, observaba. Tenía uno de esos famosos “pircings” en el la piel que está entre la boca y la pera. Debía medir alrededor del metro setenta, vestido con un jean, zapatillas blancas y un pulóver. No escuchaba nada, o al menos esos creía ella, ya que tenía los auriculares puestos. Después de todo un día agitadamente feliz, con su cabello haciendo eco de la humedad, el maquillaje desalineado, y la cara de cansada, él simplemente observaba. Una vez arriba del automóvil, sentadas en los asientos de dos, disimuladamente (quizás no tanto) entornaba los ojos hacía el costado, para mirarlo detenidamente. Así, pasaron los minutos y las cuadras, se bajó primero una y después otra de sus amigas... Y él también se levantó. La miró fijo y fue tranquilamente hacia la puerta de atrás. Poco antes de que el colectivo frenase, cambió de idea, y decidió que iba a bajar por la puerta de adelante... Y así lo hizo. Una ves que estuvo sobre la vereda, miró hacia los asientos de dos, y, mientras las ruedas giraban otra vez, suavemente, y moviendo los labios con la adecuada lentitud, sonriente, le dijo “Chau”. Ella le devolvió la sonrisa, y lo miró... Hasta que el coche tomó velocidad y lo perdió de vista. Unas veinte cuadras más, y ella también bajó. Mientras caminaba, con el cielo rosa sobre sí, pensaba, que, después de todo, no era tan complicado hacerla sonreír.



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