Mientras tanto.


En este duelo gana el tiempo .







No soy reciclable. Y mucho menos renovable. Tampoco que sea imprescindible, pero de ahí a jugar al papel de descartable…





Más allá de todos los renglones que seguían, más allá de todo, ella lo quería. Y sólo por eso, estaba escribiendo esto.





Estaba cuando quería estar, sólo se preocupaba por su cuerpo, por su propio bienestar, por su propia espalda. Siempre “su”. Y la peor parte era que tal vez fuera cierto. O tal vez no. Constantemente la disyuntiva se planteaba en su interior, y no conseguía una respuesta permanentemente satisfactoria. Sin importar la conclusión a la que llegara, no era un recurso renovable. Todo acababa en algún momento. Como el reloj le daba el tiempo que quería, el tiempo se lo daba el reloj, no ella. Ella se podía cansar, se podía hartar. Sus ganas no eran permanentes. Su paciencia no era infinita. Podía quererlo, podía extrañarlo, pero ya basta. Te digo que basta . No tenía patrimonio de inmortal, de indiferencia al dolor, a sus actitudes, a sus ganas (o no, pero era lo que lograba en definitiva) de jugar. Ella no era de plástico, no era impermeable, no era dúctil para que él pueda entretenerse. Y sin embargo, la culpa le latía cuando pensaba así. Todo se peleaba entre sí tratando de encontrar una verdad. Que era egoísta, o no. Que era una buena persona, o no. Que era un imbécil, o no. Que era divertido, o no. Que era un cobarde, o no. Que era…





Quizás, sencillamente, después de tanto quererlo, y luego de tantas sorpresas, era un desconocido. Y a pesar de eso, siempre, pero siempre, encontraba algo por lo que creía que ese desconocido valía la pena. Pero igualmente, tantas idas y vueltas, eran conocidas… aunque de saber que siempre cambiaba, que no podía esperarse nada de él, más allá de tanto cariño, todo tenía un límite. Y él, y los dos, lo estaban cruzando. Si quedaban ases escondidos era hora de sacarlos. Porque todo se agota, todo acaba, y ella también, ella también se cansa.

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